Las mujeres somos la creación más perfecta, las criaturas más bellas, frágiles y dulces que habitan este mundo, somos quienes pasamos primero, a quienes nos abren la puerta y nos hacen increíbles propuestas de matrimonio en las películas ¿Les suenan conocidas estas frases y situaciones? Pues sí, las hemos escuchado mil veces a lo largo de nuestra vida en sociedad y resulta que son puras mentiras para manipularnos, desmerecernos y aniñarnos. Esto se ve reflejado, por ejemplo, en la forma en que nos identifican: pasamos de ser niñas a señoritas y luego señoras, todo marcado por nuestra condición de mujeres, ya que este pasaje del lenguaje no resulta igual en los hombres, para quienes el término “señorito” está en completo desuso.
Como afirma Lagarde, “La vida de las mujeres está marcada por acontecimientos relacionados con el amor. A nosotras el amor nos marca la vida, y nos la marca de una manera sustantiva, no superficial ni formal. Acontecimientos importantes ligados al amor son los que inician las etapas de nuestra vida, y son acontecimientos ligados al amor los que ponen fin a otras etapas” (2001:15), es decir, dejamos de ser niñas para ser señoritas cuando llega nuestro periodo menstrual, entonces nuestro cuerpo se está preparando para la capacidad de gestar y convertirnos en madres algún día y, consecuentemente, pasamos a ser señoras cuando nos casamos con un hombre sin importar nuestra edad o cuán cómodas nos sintamos con estos términos. Claro que en la actualidad se puede reemplazar al matrimonio por el concubinato y en nuestro país existe la Ley de Matrimonio Igualitario por lo tanto mujeres se pueden casar con mujeres, pero en líneas generales, los hitos que marcan nuestra identidad, son los que tienen que ver con el hecho de formar una familia.
El sistema patriarcal es por demás macabro no sólo porque, tal como dice Lagarde (2001:12) nos obliga permanentemente a ponernos en el lugar de “seres para el amor”, sino porque nos hace creer que todo lo que nos oprime en verdad nos beneficia ¿Cuántas veces hemos visto a mujeres mayores ofenderse cuando les dicen señora siendo que no están casadas? ¿Cuántas veces nos enojamos si nos llaman así y exigimos que se refieran a nosotras como señorita? Porque, claro, el término señora connota vejez y las mujeres mayores, con arrugas y canas, no pueden ser bellas y eso nos quitaría valor. Entonces, yo, una mujer soltera de 30 años, todavía no soy una señora porque no estoy casada y, de acuerdo a mis planes actuales e ideología, para la sociedad probablemente no lo seré jamás, me van a seguir aniñando hasta el día en que muera (porque además tengo la desdicha de ser petisa y esto intensifica la situación, pero ese es otro tema).
Dice Tenenbaum que “somos nosotras, y en especial las heterosexuales, las que somos socialmente definidas a través de nuestra relación con un varón (al que le pertenecemos) o con todos los varones a los que en potencia podemos llegar a pertenecer (porque, si no estamos ‘ocupadas’, somos públicas): así nos ve la heteronorma, como ‘tomadas’ o ‘disponibles’.” (2019:77). Entonces, la propuesta aquí es abolir la diferenciación conceptual de estos términos, elegir de qué forma ser llamadas y cómo identificarnos independientemente de nuestro estado civil, otra vez, como en tantas otras luchas feministas, hablamos de algo tan básico como decidir.
Tampoco quiero que nos deconstruyamos del manual machista para tomar un manual de la buena feminista, no es esa mi intención, por eso mismo, esta también es una invitación a abrir un debate, a preguntarnos qué podemos hacer frente a esta desigualdad ¿Sos una mujer de 25 o 60 años casada y aún así no deseás llamarte señora porque te sentís jovial? Podés corregir a quien tengas que corregir cuando te llamen así ¿Sos una mujer soltera de 20 o 55 años que se siente identificada como una señora? Perfecto, podés exigir ser nombrada como tal. El problema no es sólo una cuestión de términos, es que cuando nos reducen a una persona más pequeña e “indefensa”, se toman atribuciones como pasar por alto nuestras opiniones, interrumpirnos, hacernos creer que valemos menos, que todavía no merecemos tanto respeto y un sinfín de situaciones a las que nos enfrentamos a diario. En mi caso, soy una mujer adulta e independiente, soy una señora pese a no tener una alianza en mi anular izquierdo, porque así me siento y así quiero ser llamada.
Ahora bien, imagino que muchas personas estarán muy ofuscadas por la pérdida de las buenas costumbres y la falta de respeto a nuestro idioma tal como sucede con el lenguaje inclusivo, más precisamente, a cierta institución colonizadora del lenguaje. Una de las definiciones para la palabra “señora” en la Real Academia Española es “Mujer del señor” (2021), por lo tanto, para los amantes de la fidelidad a dicha institución, lo aquí planteado podría llegar a ser una aberración, pero para ellos les tengo una novedad: las personas somos quienes formamos la lengua así como ella nos forma a nosotros, ya lo dijo Saussure: “La lengua es construida teóricamente como una entidad supraindividual que se completa en la masa hablante” (Alazraki et al. 2012). Entonces, así como se incorporaron a nuestro querido diccionario las palabra “orsay” y “covidiota”, podemos resignificar y adaptar estos términos a las necesidades de una sociedad en donde las mujeres vivimos nuevas adulteces en soltería, o bien, se nos antoja ser llamadas como más nos gusta independientemente de las costumbres arcaicas del patriarcado.
Por Carla Andriossi
Referencias
- Alazraki, R., Andrés, N., Berman, B., Etkin, S., Leona, P., Natale, L., Paruolo, A., Pérez, I y Roich, P. (2012). Aspectos del uso del lenguaje. En Problemas del Lenguaje y la Comunicación (pp. 125-289). Buenos Aires: Nueva Librería.
- Lagarde, M. (2001). Amor e identidad femenina. En Claves feministas para la negociación en el amor (pp. 11-20). Managua: Puntos de Encuentro.
- Señor, ra (2021). En Real Academia Española. Recuperado de: https://dle.rae.es/se%C3%B1or#XcBNzxH.
- Tenenbaum, T. (2019). El mercado del deseo. En El Fin del Amor (pp. 74-93). Buenos Aires: Ariel.
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