Yo no como panchos


Por Sol Bongiorni

Viendo las fotos de mi cumpleaños, noté que lo festejé como tres años seguidos en el mismo salón de fiestas en Villa Crespo. La primera foto del álbum soy yo posando con mi torta de cumpleaños de Las chicas superpoderosas. Estaba tan tierna, con mis rulos formados, mi vestido blanco floreado y una sonrisa de oreja a oreja imaginando todos los regalos que iba a recibir. Pero la última foto soy yo con los ojos rojos y la sonrisa torcida llevando una bandeja de panchos vistiendo un delantal manchado. ¿Me pueden explicar por qué me disfrazaban de panchera?, ¿Cuándo nació esa costumbre argentina?, ¿A quién se le ocurrió que era divertido ponerse un delantal con nuestros papás y repartir una torre de panchos? A juzgar por las imágenes, yo lo odiaba. Y no me digan que fui la única, porque tengo el recuerdo de ver a más compañeros sufrir esta tradición de fin de fiesta. 

Puede ser que desde entonces nació mi rechazo por los panchos. Es necesario enfrentar la verdad: no hay nada más asqueroso que una salchicha. Se los puedo jurar. Jamás le pedí a mi mama que me cocinara una. Tenía terror de que cuando fuese a la casa de un amigo o amiga en primaria me dieran de almorzar pancho. Si llegaba a ver que ponían el agua a hervir, por las dudas decía que me sentía mal de la panza y que me hirvieran arroz. Creo que la última vez que comí un pancho fue hace más de 10 años, el contexto seguramente era que me pusieron una pistola en la cabeza o no había nada más de alimento.

Ahora, sigo odiando los panchos. El simple olor me da nauseas. Ver el color del agua como se pone turbia al sacar la salchicha del agua. Aparte, ni sabemos qué le ponen de carne, un rejunte que adquiere forma fálica. Y el pan de paquete todo aplastado. Con el correr de los años no hay forma de comerlo sin ser malpensado o que se escape un chiste. Si de algo estaría orgullosa la Sol del pasado es que ahora cada vez le importa menos lo que piensa el resto, y puedo decir sin miedo que no me gusta comer panchos. 


Este texto surgió del Taller de escritura creativa de Wacho.

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