Te fuiste, no tan lejos, pero te fuiste.
Te fuiste y hay dos metros cuadrados hartos de mí.
Indignados.
Se quedó la pava adormecida, pretendiendo calentar algo de agua. Soñando que aprendía a chiflar.
Se durmieron también las puertas, que no abren del todo ni cierran con decisión.
Unas cuantas sillas y los tenedores decidieron irse.
Te fuiste y encontré luces que iluminan solo el techo, y rincones donde a la tarde llueve sin parar.
El sillón está insufrible, no quiere que nadie se le siente encima. Pregunta cuando vas volver todo el tiempo.
Te fuiste y duermo más tarde la siesta. O duermo la siesta tres veces. Y a veces no duermo.
Tengo un solo pantalón presentable, medio par de medias subversivas y un escuadrón de remeras en rehabilitación.
Te fuiste y entre en juicio con la heladera. Mis amigos intentaron tres o cuatro veces mediar por mí, pero no hay caso, me odia.
Donde estaba la cama hay un proyecto de establecer un estacionamiento para pesadillas y monstruos, privado, sin ninguna ganancia para mí.
Te fuiste y el inodoro mostró su lado más humano. Es el único que me habla, en realidad es el único que me escucha.
En la habitación del fondo hay una sede del partido anarquista y la escena de un crimen, por la que tengo prohibido transitar.
Te fuiste y ahora puedo cantar todo el día, pero nadie me puede escuchar.
Te fuiste y aprendí a silbar.
Pasaron pocos días, pero pasa tanto en un día.
Por: Magma Vazquez
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