Mi vida amorosa en el jardín de infantes fue bastante convulsionada y estresante. Yo no me enamoré de ninguna maestra pero tuve una experiencia adulta entre los cuatro y seis años. Tres mujeres, más bien niñas, me tenían alborotado. Mi amor imposible, mi señora y mi amante.
Yaqui – El amor imposible
Recuerdo estar dentro de la bañadera jugando con algún barquito y que mis viejos estén sentados en el baño escuchándome balbucear. Ese día y por primea vez salieron de mi boca tres palabras que luego repetiría muchas veces en mi vida, aunque la tercera haya cambiado en muchas ocasiones: “Me gusta Yaqui“.
Mis viejos se rieron y yo me sonrojé. Pero creo que inconscientemente lo tenía bastante pensado. Si ellos sabían el nombre de mi amor platónico podían arreglar con sus papás para que viniera a jugar a casa.
Tristemente no recuerdo que esto haya ocurrido, pero me acuerdo perfecto el día que me la jugué. Le pedí a mi amigo Alan que la llame a ella para que se acerque al árbol que estaba en la esquina del patio y ahí nomás se la tiré. “Me gustás ¿Querés venir un día a casa?”
Verde. Tan, pero tan verde, no se puede ser. ¡Tiene cinco años boludo! ¿Qué pretendés? obvio que se va a dar vuelta corriendo para contarle a sus amiguitas y no va a pasar nada. Proponele ir a tu casa, pero averiguá bien cuál es su juego preferido y ahí invitala a jugar a eso. ¡Bobo!
No hace falta que diga más nada. A Yaqui nunca pude agarrarle la mano. Terminó convirtiéndose en mi primer amor imposible
Lu – Mi señora
Con Lu la cosa se tornó un poco más seria. Venía a casa a jugar desde salita de 3. Siempre me llevé bien con chicos y chicas. Eramos varios y todo lo que ocurría no salía de diversiones banales. Hasta que un día, cuando estábamos a punto de recibirnos del jardín de infantes, vino sola a jugar a casa.
Tenía todo planeado, quería besarla. Había una mesa grande en el living de mi casa y se me ocurrió ir a jugar a los muñecos ahí abajo, pero con un detalle muy importante: tapar la mesa con mi colcha naranja. De esta forma quedamos los dos en una especie de casita con los juguetes y una linterna. Yo sabía que del otro lado alguna intención de probar que era eso de chocar labios existía. Y así fue, me besé con Lu.
Todo venía bien, un piquitio cada unos segundos. Pero esto no era un telo, ni un departamento de soltero. De la nada una mano levantó la colcha naranja y yo quedé totalmente expuesto. Mi vieja se hizo la boluda y nos hizo salir de nuestro escondite. El reto no fue en ese momento. Mi madre muy considerada esperó a que se vaya Lu y ahí me comí alto sermón. Yo tenía 6 y ella 5, tenía que ser más precavido y educado.
Al tiempo los dos ya estábamos en primer grado y separados, ya que yo no seguí en la misma escuela y comencé la primaria en otro colegio. Pero al parecer algo había quedado en la cabeza de Lu. Un día me invitó a su casa. Yo, feliz de la vida le pedí a mi viejo- con precaución de que no se entere mi vieja – que me lleve y otra vez a los pocos minutos de llegar a su hogar quise armar un refugio. Mis intenciones de piquitos masivos eran muy claras, pero esta vez no tuve suerte. Levantamos una linda cueva pero nunca nos metimos adentro. No entendía bien por qué, pero no iba a insistir, no es de caballero.
Al día siguiente hablé con mi amigo Alan, que seguía en la escuela con ella y me dijo: “Quiere ser tu novia”. ¡Apa! ¿Y ahora? No pude analizar mucho lo que estaba ocurriendo y no me quedó otra. Llamé a la casa de Lu. Todo fue muy rápido
-¿Querés ser mi novia?-
-Si-
-Somos novios-
-Dale-
Eso fue todo. Ahora, tenía una señora. Yo en mi colegio, ella en el suyo. A mí solo no me dejaban ir a ningún lado, ni idea como tomarme un bondi y de plata propia ni hablar.
Lo llamé a Alan nuevamente y le repetí la pregunta que me hacía a mi mismo: “¿Y ahora qué hago?” La respuesta de Alan fue más obvia todavía: “y yo que se”
Lamentablemente el noviazgo no prosperó, luego de dos semanas sin hablar con mi primer mujer recibí un llamado corto, conciso y lógico: “Hola no quiero ser más tu novia.”
Andre – La Amante
Entre mi amor imposible y mi señora, había una chica hermosa. Ojos azules, pelo lacio rubio y re copada. Volvíamos juntos en el bondi naranja. Éramos los únicos dos de la clase que se tomaban ese mismo transporte y así, se dio una amistad con derecho a roce.
Esta situación se daba más que nada en invierno. Aprovechábamos que teníamos unos camperones enormes que nos servían para ocultarnos en los asientos de atrás. Nos tapábamos- el hermano volvía con nosotros en el colectivo, raro que nunca dijo nada- y llegaba la hora del piquito. Con ella todo era más fluido, no solo por nuestra amistad y esa sensación de diversión, sino también por nuestras narices de las cuales fluían mocos y nos ensuciábamos mutuamente con esa aguita que salía de nuestros nazos. Les puede parecer asqueroso, pero yo tengo el recuerdo de reírnos mucho de esto. Sin dudas era mucho más divertido si había moquitos.
Hoy no tengo un amor imposible, tampoco tengo señora y por decantación no me hago escapadas con una amante. A esta edad no sería tan divertido pasar por esa situación, pero en su momento lo fue y que lindo sería volver a vivir un rechazo, un noviazgo y una aventura a los cinco años.
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