Sacate los prejuicios


Por Natalia Haag, Directora de prevención y testeo de AHF Argentina

En enero cumplo 12 años. Al principio tenía muy presente la fecha, la palpitaba días antes. Desde hace algunos que solo me acuerdo cuando ya pasó.

Recibí el diagnóstico de VIH en un contexto poco amigable: internada, con fiebre, mucho dolor en el cuerpo, suero y habiendo pasado por dos médicxs, hasta que el tercero pensó que podría ser este virus. Claro, no daba con el estereotipo de persona que se creía que podía tener VIH. Era una mujer, cis, hetero, madre, que no trabajaba sexualmente ni consumía drogas inyectables. Había tenido sexo sin preservativo y era razón suficiente, pero el estigma que aún hoy gira en torno a las personas con VIH estaba intacto como en los inicios de la pandemia.

Desde ese primer momento en que lo supe lo conté naturalmente. Primero y sin procesar a mi abuela que me acompañaba, a mis amigas que pasaron a visitarme, a la persona de quien me había infectado, no sabiendo él que tenía el virus. Luego al resto de mi familia (a lxs que me interesaba que se enteren por mí), a mis compañerxs de la librería donde trabajaba y a mis jefxs. Siempre con buena recepción, aunque con los miedos propios de la desinformación, que me posicionaban entre víctima o persona a punto de morir. Como no era algo que yo sentía, el entorno se acomodaba y acompañaba.

Aunque mi vida no había cambiado con el resultado positivo, sí sentía algo interno que necesitaba resolver: no conocía otras personas con VIH “reales”, sólo a lxs que aparecían en la tele. Mucho menos en mi ciudad, Venado Tuerto, donde todo se guarda debajo de la alfombra.

Empecé una búsqueda inconsciente, hasta dar con un tweet que anunciaba el primer encuentro de jóvenes positivos de Argentina. Escribí al mail que publicaron y a los pocos días viajé por primera vez sola en colectivo, a Chapadmalal, con mi bolsito y mis miedos de pueblerina.

Me la pasé llorando todo el encuentro. Todo lo que no había llorado antes, porque necesitaba mostrarme fuerte y que mi gente cercana sienta que todo estaba bien (lo estaba, pero ¿por qué no nos enseñan que llorar no es debilidad?), sucedió esos días. Confluir distintas personas, trayectorias, vivencias, unidas por haber adquirido un virus. La mayoría de transmisión vertical (de madre a hijx), otrxs como yo por transmisión sexual. Adolescentes y jóvenes con VIH.

Al volver a Venado, me decidí a hacer “algo”. No sabía qué, pero creía que lo que yo había vivido merecía ser compartido para que otra persona lo experimente. Encontrarse con pares, que comprenden lo que estás viviendo, donde no hace falta decir que tenés VIH (de las situaciones con más adrenalina, por no saber la recepción de la otra parte).

También empecé a ser visible, a ponerle cara al VIH. Que justamente no tiene cara, no tiene estereotipo, no se nota. Cualquier persona sexualmente activa que no use forro en sus relaciones sexuales podría infectarse de VIH. Visibilizarse es interpelar al otre, decirle que a vos también te puede pasar, que no señales tanto con el dedo acusador y te excluyas como si vos estuvieras exento.

En estos 12 años formé parte de la RAJAJ (Red Argentina de Jóvenes y adolescentes positivos), co-fundé la RAP+30 (Red de adultxs positivxs +30), participé de un récord Guinness, presenté trabajos en conferencias internacionales, soy Directora de prevención y testeo en AHF Argentina y miembra activa de ICW Argentina (Comunidad internacional de Mujeres con VIH).

También tuve 2 hijos, de parto vaginal, que nacieron sin el virus gracias al tratamiento antirretroviral. Tener una carga viral indetectable hace que el virus sea intransmisible.

También se me murieron compañerxs y amigxs. La mayoría muy jóvenes. Demasiado jóvenes. Aunque sepamos que se puede vivir bien con VIH tomando las pastillas, el cansancio, las desigualdades, la discriminación y otras tantas barreras dificultan los procesos. Por eso seguimos pidiendo por la cura, para que no nos falte nadie más. Para que podamos adherirnos a la vida y no sólo a unas pastillas.

En lo personal mi relación con el VIH es la más estable y menos tóxica que tengo. Pero claro que quisiera curarme y dejar de tomar los antirretrovirales para que la toxicidad sea cero.

No me importa lo que opinen de mí, pero sí lo que digan de nosotrxs como colectivo. Me indigna la hipocresía. Me fastidia que te pueda gustar mucho alguien, que quieras tener sexo con esa persona, pero si te dice o te enterás que tiene VIH parece que ya no te gusta tanto. Me enoja que se cargue a la persona con VIH el rol de cuidar al otrx en la relación sexual, como si no fueran decisiones compartidas en relaciones consensuadas. Tampoco tenemos la obligación de contarlo, es nuestro derecho elegir si queremos hacerlo o a quien.

Con Indetectable=Intransmisible trascendimos incluso el uso de preservativo como única forma de prevenir el VIH (aunque siempre insistamos en que hay que usarlo porque hay otras infecciones de transmisión sexual). Si las personas con VIH seguimos el tratamiento antirretroviral con buena adherencia  y nuestra carga viral es indetectable, no transmitimos el virus.

Entonces ¿a qué tenés miedo? Googleá I=I y sacate las dudas. Y, sobre todo, sacate los prejuicios.

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