Ratearse


Hay tazas sucias por todo el monoambiente. Cada superficie capaz de de sostener una, está ocupada. Hay ropa tapando el sillón, copando la cama, ocultando el piso de madera. Está sucia y arrugada, no tiene posibilidades más allá de un lavado urgente. El esmalte rojo de mis uñas está saltado en cada uno de mis diez dedos formando siluetas deformes. Todo está desubicado, errado, vencido o simplemente confuso.

Cualquiera con un olfato mediocre podría notar que reina en el departamento un olor a podrido sutil pero persistente. Cada una de las tazas contiene residuos de sopa, fideos o café que, a esta altura, alojan organismos vivos de color blanco y verde. Podría parecerme desagradable si algo de todo esto me importara.

Todo lo que mi heladera aloja supera en uno o dos meses su fecha de vencimiento. Apenas abro la puerta, una fría oleada putrefacta me pega en la jeta y me recuerda a qué huele la adultez mal llevada. Tengo que ir al supermercado, pero no creo que vaya.

Me tiro en la cama y caigo sobre la montaña de ropa sucia. Cambio varias veces de posición pero finalmente opto por la primera y quedo boca arriba. Abro los ojos y miro el techo blanco: ¿Por dónde empiezo a solucionar todo esto?

Desde que me mudé sola las dudas existenciales se multiplicaron y las estructuras que se supone debían brindarme contención no hacen más que resultar insatisfactorias. No entiendo cómo se vive la vida cuando lo básico está hecho. No entiendo cuál debería ser el objetivo ahora, el Norte. ¿Cuál es el próximo nivel? ¿Para qué estar media hora cortando cebolla? ¿Qué pasa si dejo de pagar mis cuentas?¿Cómo hago para no estar agotada todo el tiempo?

Resuelvo dejar el monoambiente y mis dilemas burgueses para ver si logro respirar mejor. Voy a visitar a mi mamá, a mi perro, a otros seres que llevan su existencia con la liviandad de quien ya entendió algo.

Abro la puerta con la sensación de estar rateándome del colegio, pero ya tengo casi veintinueve años. Cierro la puerta con llave; es un alivio inmenso dejar atrás todo el quilombo del que soy responsable.

‘Después lo arreglo’, pienso, sabiendo que no voy a lavar ni un solo plato hasta que la cosa se ponga peor, muchísimo peor.

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