Pobreza infantil: no miremos para otro lado


Hace una semana que cada vez que paso por abajo de la autopista para ir al trabajo veo a tres chicos que apenas superan el metro de altura tirados en un colchón. Me angustio pero ante la primera distracción me olvido de lo que acabo de ver. 

Es terrible, pero a uno le termina pareciendo casi normal que haya chicos durmiendo en la calle y, como viene la mano, pareciera que de tanto acostumbrarnos ya ni lo vamos a notar.

El 2018 terminó con una noticia muy triste: 51,7% de los chicos de 0 a 17 años son pobres en Argentina, es decir más de la mitad de los menores de edad. Tenemos al Papa, al mejor jugador del mundo, a la Reina de Holanda y a 6.255.700 de chicos dudando si van a poder comer, tener útiles para el colegio o tomar un remedio cuando se sientan mal.

Poco para sentir orgullo.

Los datos surgen del último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina), según el cual, del total de la población argentina el 33,6% son pobres y el 6,1% son indigentes. Esto representa a 13,6 y 2,47 millones de personas respectivamente. Es el número más alto desde el 2010.

Según el informe, este desastre se explica por la fuerte devaluación del año pasado, que aceleró la inflación (la más alta en 27 años) y depreció el valor del salario, un combo que afectó el consumo interno, aumentó el desempleo e hizo que los sectores más bajos ingresaran aceleradamente a la pobreza. 

Esta es la explicación fría y técnica y solo nos sirve para entender lo qué pasó en el último año, pero no explica lo más alarmante del informe.

Si uno mira para atrás, ve que en nuestro país hay una infantilización de la pobreza. Es decir, del total de los chicos argentinos un porcentaje cada vez más alto es pobre y, además, del total de las personas pobres la mayoría son menores.

Desde el 2013 que el porcentaje de menores de 17 años pobres oscila entre el 40 y el 50%. Osea, que incluso en momentos en los que la economía se expandió el porcentaje siempre fue alto. La “novedad” de este año es que ya supera al 51%. ¡LA MITAD MÁS UNO!

Según otro informe de la UCA del 2017, la pobreza genera depresión, ansiedad y una sensación creciente de no poder contar con un proyecto a futuro.

Bastante obvio ¿No?

Muchos estudios describen a los adolescentes como personas hiper conectadas y despreocupadas. En Argentina eso seguro no aplica. Más de la mitad de nuestros adolescentes y chicos deben estar hiper preocupados y desconectados.

Me acuerdo de una publicidad de hace dos años que nos invitaba a soñar con una sociedad meritocrática, donde los que se esfuerzan triunfan y a nadie le regalan nada. Se presentaba como una sociedad ideal. 

La realidad de nuestro país le da una cachetada a esa publicidad. Estamos permitiendo que la generación del futuro crezca en el peor de los mundos: necesidades básicas insatisfechas y depresión.

¿Con qué autoridad les vamos a decir a los chicos que el que se esfuerza triunfa si los que hoy somos adultos (sí, ya somos grandes) no estamos empleando el mínimo esfuerzo para asegurarles algún triunfo?

Es verdad, no todos tenemos las mismas responsabilidades y herramientas, pero sí la capacidad de generar empatía. Seguir mirando para el costado y creer que esto es un problema de otro, es ser cómplices. Entender y dimensionar lo que está pasando es el primer paso para intentar, desde nuestro pequeño lugar, ayudar a cambiar algo.

Somos una generación que está tomando conciencia sobre desigualdades históricas. Qué con la pobreza nos pase lo mismo. Indignémonos, reclamemos, anímemonos a cambiar costumbres y a hacer, aunque sea, lo poco que esté a nuestro alcance. No nos convirtamos en la generación que dejó de espantarse cuando vio a un chico durmiendo en la calle. 

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