–Vení ya para tu casa. Entraron chorros–
Así me llamaba mi hermano para avisarme que mi casa había sido robada. Eran las ocho de la noche de un viernes. Yo estaba en lo una amiga que me había invitado a cenar.
Cambio rotundo de planes.
Me subí a un taxi. El chofer me recomendó una fábrica de pastas por la que habíamos pasado. Yo apenas le contestaba con la cabeza. Es raro ir a tu casa sin saber cómo vas a encontrarla.
Llegué, pagué, me bajé y entré al edificio, el portero estaba al lado del ascensor.
–La policía ya está arriba. Te están esperando para entrar–
–¿La policía?-
Recién ahí caí. Claro, me robaron, cuando te roban viene la policía. ¡Ay dios! Si hay algo que no quería era que la policía estuviera en mi casa. Hacía unos pocos meses que me había ido a vivir solo y como primera gran aventura fuera de la casa de mis viejos, había hecho lo que siempre había dicho que iba a hacer: tener mis propias plantas de faso.
Durante los cuatro pisos de ascensor hasta mi departamento fui inventando distintos planes para que la policía no pudiera entrar. “Qué bueno que lo veo oficial, cuando venía para acá los vi al Gordo Valor y a Yabrán en una rotisería. Vaya ya a arrestarlos”. “¡Oficial! Hay una convención de motochorros en la otra cuadra. ¡Auxilio!”.
Cuando el ascensor frenó en mi piso tardé unos segundos en abrir la puerta y fue en esos segundos en los que me cayó la ficha. Las plantas estaban en el balcón. Los chorros no pudieron haber salido al balcón. La cana no tenía porque ir al balcón.
Ya con menos miedo salí del ascensor. Afuera había tres policías.
–¿Usted es el damnificado?–
–Si–
–Sus vecinos denunciaron un robo en su propiedad. Venimos a registrar la escena–
–Adelante–
Mi puerta estaba destrozada. El living apenas revuelto. Faltaban mi computadora y el equipo de música. La computadora era muy vieja y el equipo apenas andaba. Mi cuarto estaba dado vuelta, pero no faltaba nada. Como recién me había mudado, no tenía televisor o algún aparato moderno. Tampoco tenía plata. Al lado de la puerta encontré un bolso que los chorros habían preparado y que se olvidaron. Tenía una alcancía de Mickey con monedas, una cámara de fotos y un perfume Adidas. La saqué barata.
Al rato llegaron mis viejos, mi hermano y una amiga. Mi vieja me abrazó como si me hubiesen tenido 15 horas de rehén.
–¿Hay algo más que te pudieran haber robado?– Me preguntó uno de los policías.
Miré al balcón. La puerta estaba cerrada, sinónimo de que los chorros no habían salido.
–No tengo nada más, lo que se llevaron es lo único que pudieron robarme–
–Le vamos a pedir por favor que nos acompañe a la comisaría a que le tomen declaración–
Mi viejo me acompañó. Mi vieja, mi hermano y mi amiga se quedaron en mi departamento con uno de los canas.
En la comisaría tuve el honor de que me atienda el Comisario. La charla que tuve con él da para escribir otra crónica. Entre otras cosas me dijo: “A mi me robaron hace tres meses y nunca encontramos a los chorros. Vos sabés cómo es esto”. Si oficial, lo sé, tienen mejores cosas que hacer que buscar mi notebook.
Cuando volví a mi casa mi vieja me agarró en la cocina y me dijo:
–Pelotudo, no me dijiste que tenías plantas de marihuana–
–¿Qué?–
–Salí al balcón a fumar un pucho con el policía y encontró dos plantas de marihuana–
–¿Y qué hiciste?–
–Me preguntó que era. Le dije que era albahaca. No se la creyó. Le preguntó a tu hermano y a tu amiga. Ninguno supo que responder.–
–¿Y qué pasó?-
–Me dijo: sáquelas ya mismo de acá si no quiere que su hijo vaya preso. Tu amiga las cortó y se las llevó.–
–¿Y no pasó nada más?–
–No.–
–Zafé.–
–Si, zafaste. Pero no le digas nada de esto a tu papá. Sabés como se pone.–
¡WOW!. Me entraron a robar, se llevaron solo una computadora vieja y un equipo que andaba más o menos. La cana descubrió mis plantas pero no hizo demasiado quilombo. La saqué re contra barata.
Eso pensé…
Al otro día mis viejos volvieron a mi casa para ver como estaba todo. Mi amiga, la que había estado la noche anterior en casa, me llamó para decirme que las plantas estaban guardadas, que todavía servían. Las había dejado en lo de su hermana que vivía a la vuelta de mi edificio.
Después de ordenar un poco y arreglar a medias la puerta, mis viejos me propusieron ir a comer a la pizzería que queda en la esquina de casa. Les dije que sí, que fueran yendo, que yo tenía que pasar a buscar “algo” por lo de la hermana de mi amiga.
Fui a buscar mi algo, lo llevé de vuelta a mi casa, lo escondí, bajé a la pizzería y me senté en la mesa de mis viejos. Estaban los dos en silencio. Hice algún comentario que ni recuerdo y ninguno me contestó. La miré a mi vieja y me puso cara de “tenemos un problema”.
–¿Qué pasa?– Pregunté.
–¿Quéres saber qué pasa?– Me dijo mi papá llorando- Un vecino tuyo me agarró en el pasillo y me preguntó: ¿Sabés en lo que anda tu hijo? Le dije que no. ¿Sabés lo que me contestó?–
–¿Qué?–
–Me dijo: Tu hijo tiene dos plantas de marihuana así de grandes. Se la pasa viniendo gente rara a su departamento. Todos los días hay gente fumando marihuana en la esquina. Este tipo de asaltos no son comunes. Es probable que haya sido un ajuste de cuentas.-
¿Inconcebible? ¿Ridículo? ¿Irreal? No se qué palabra describe la situación. ¿Increible? Un cana entra a mi casa, ve dos plantas y zafo. Pero, llega un vecino, que ni siquiera conozco, lo agarra a mi viejo, porque ni siquiera tiene el coraje de agarrarme a mí y me acusa de narco. Bizarro, creo que esa es la palabra.
-¿Y qué le dijiste?-
-Nada. ¿Qué le voy a decir? Me quedé helado. Lo qué me faltaba, enterarme qué sos drogadicto-.
Ahí bajé la cabeza. No pude escuchar el resto de los lamentos. Mi papá lloraba porque pensaba que yo era un drogadicto, es decir un delincuente, vago, alma perdida.
El que tenía ganas de llorar era yo. La situación ya no era más bizarra, ahora era triste. Por un momento deseé que mi vecino tuviera razón y que yo fuera el narco más narco de todos así mandaba a un grupito de sicarios para ajusticiarlo por bocón.
– Lo de haberte ido a vivir solo me parece que no funcionó. Te volvés a casa–
Cuando mi viejo dijo esa última frase, la tristeza se me fue. Caí en la cuenta de por dónde venía la mano. Ayer me habían robado y hoy yo era el acusado. Y el castigo por mis supuestos delitos, era perder la libertad ganada. ¡No! Acá me pongo firme.
-Entiendo tu angustia, pero espero que me creas a mí. Lo de las plantas es verdad, pero todo el resto es un delirio. ¿Realmente te parece que yo puedo ser un narco? ¿No me conocés? ¿Le crees a un vecino qué nunca antes viste? Decile que con dos plantas no se abastece a ningún mercado. Y además, ¿gente rara? Los que vienen a mi casa son mis amigos y si a este tipo le parecen raros, será porque no conoce a nadie distinto a él. Y lo de fumar marihuana en la esquina es estúpido. Vivo solo, ¿para que voy a fumar en la esquina?
Mi viejo se quedó callado. Terminamos de comer casi sin hablar. Pagamos, salimos y en forma fría nos despedimos.
Con el correr de los días la tensión se fue aflojando. Mi viejo nunca más dijo algo sobre mi vuelta a su casa, ni sobre mis supuestos negocios sucios. Creo que entendió que un vecino no puede conocerme más que él. Ese robo estúpido y esa puta acusación, terminaron sirviendo para que yo y mi viejo nos diéramos cuenta que yo ya me fui de casa.
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