“Che, ¿y no conociste nadie nuevo el último tiempo?”, “¿no te aburrís de estar solo?” y “¿cuándo nos vas a presentar a alguien?”. Un par de estas preguntas, y otras un poco más rebuscadas, me persiguen en el último tiempo sin razón alguna. La mayoría vienen desde mis viejos, seguramente atemorizados por no ver en un futuro cercano un nieto o un posible casamiento -aún sabiendo, porque se los repito una y otra vez, que eso no está en mis planes por lo menos por ahora…
Obvio que aunque intento demostrar que no me afectan, una parte de mi se queda carburando un tiempo largo pensando en si es el momento para “encontrar pareja” -como si fuese algo que uno decide y lo encuentra porque sí- y/o si debería pensar que el tiempo es tirano y es momento de proyectar una vida llena de perros, hijes y anillos.
La cosa se pone un poco más complicada algunas noches donde la soledad se hace presente. La comida para uno suele ser insulsa y Netflix no me regala ninguna excusa para matar el tiempo. ¿Sería mucho mejor si estuviese con alguien al lado? ¿Necesito compañía para cubrir tiempos muertos de mi vida?
El pensamiento se me hizo un poco más profundo y directo hace poco, en uno de esos eventos mega-sociales de viejos conocidos donde todos -absolutamente todos- estaban en pareja. Amigos, amigas, primxs, tíxs y quien fuera que estaba ahí disfrutando de la mesa dulce estaba con alguien al lado. Mi cabeza peleó contra ese sentimiento de soledad impulsado por una cuestión un poco más estructurada por la sociedad en la que fui criado: a cierta edad uno debería estar en pareja o vas a vivir tu vida como un/una soltero.
Esa noche llegué a casa y sentí un frío incómodo en todas los recovecos de mi dos ambientes. Como si la soledad se paseara por todos los rincones de mi casa. Pasaron varios días así, preguntándome qué me pasaba, porque me sentía “bajoneado” y si toda esa ensalada de sentimientos tenía que ver únicamente con una construcción social, a la que pensé que no me iba a ajustar nunca, y que ahora me pesaba como 10 mil kilos.
Fue una semana intensa, de mucho “maquineo” interno y preguntas sin responder. A la larga, no llegué a una conclusión clara, solamente preguntarme y repreguntarme si está mal que quiera estar solo. Si disfruto mis tiempos donde solo mi voz me acompaña y si la música al pelo en mi living es mi mejor compañía. Si esos fideos para uno son mi banquete más preciado y si la cama grande para ocupar solo un costado es lo más cómodo que voy a sentir alguna vez. Y creo de alguna forma que si, que todo eso es parte de lo que hoy disfruto más en la vida. Esa soledad, por más que a veces pese 10 mil kilos, es en parte quién me gusta ser hoy. Quizás, solo quizás, llegue un día donde esa vida llena de perros, hijes y anillos llegue. Mientras, disfruto sin culpa llegar a casa y escuchar el silencio de mis propios pensamientos.
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