Llevo una vida extrañándote


Por Nathan Del Río

Ricardo se mira en el espejo. Sus ojos grises ya no dejan pasar su reflejo como años
atrás, y aun así ve cada una de las arrugas que le surcan la cara.

Las manos le tiemblan, un poco por la edad, pero sobre todo por la emoción. Una
lágrima llega hasta la pera y se desprende para caer sobre su pecho flaco y desnudo.

Ochenta y ocho años esperando este momento. Se acaricia el pelo, el poco que
conserva, y deja que sus dedos vayan rozando el contorno de la cara para finalmente
dejar caer los brazos y suspirar.

Abre el primer cajón del desvencijado mueble del baño y toma el pintalabios. Lo
desliza suave por una sonrisa que sabe ajena y, a la vez, propia.

Vuelve a mirarse.
Ricardo se fue.
Ricardo nunca volverá.

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