Me encanta el queso. Soy fanático del queso. Amo el queso
Suelo ofenderme cuando escucho que algún desubicado se atreve a decir que es solo un acompañante. Claro que queda espectacular gratinado sobre una lasaña o derretido en unas papas fritas, pero también me conmueve en su forma natural, en fetas, en hebras o rallado. Más de una vez algún amigo me ha insultado por verme abrir el sobre de Reggianito para los fideos y mandármelo como si fuese una gaseosa.
La adicción por este hermoso lácteo me ha hecho gastar mucho dinero cuando veo alguno especial que nunca probé en un supermercado, en la ruta o donde sea, pero también me hizo delinquir.
En 2007 me fui para la costa con una banda de amigos- pasaron diez años, durísimo. Salimos todas las noches veinte adolescentes a disfrutar de nuestra juventud. El almuerzo y la cena eran puros trámites, pero cuando realmente agarraba hambre era a eso de las 7 de la mañana cuando salíamos de bailar. El puestito de panchos ya lo teníamos elegido y dentro de él había una hermosa salsa de queso. Cuando veo ese triángulo amarillo con 3 agujeritos pintado en el pote de un condimento, mi cerebro deja de pensar y me dirijo directo a él.
Teniendo en cuenta que en nuestra casa lo que se comía era más que básico decidí comenzar a robarme la salsa de queso de esta panchería para darle un poco de alegría a nuestro hogar. Sí, sé que está mal, pero muchos han caído en la travesura de robarse caramelos o chocolates, y yo caí en la salsa de queso.
En un primer momento simplemente me servía condimento en mi pancho y ágilmente lo guardaba bajo mi remera o en el bolsillo. Luego, cuando empecé a pensar que me podían sacar la ficha, desde la calle le gritaba a cualquier persona que se estuviese sirviendo “Ey, vos ¿Me pasás la salsa de queso?”. Espectacular. Brillante. Mucho menos riesgoso para mí y si no tenía hambre, no hacía falta que compre un pancho. Pero no todo iba a ser tan fácil.
Una de esas noches de verano, un amigo- al que le agarró el bajón más temprano- vino y me dijo: “Wacho, sacaron la salsa de queso de la panchería, se corrió la bola que un gordito se la anda afanado”. Muchos comenzaron a reír, pero yo lo sentí como una guerra declarada entre el lugar de salchichas y mi persona.
Me separé del grupo y me fui a enfrentar a este chabón que no solo había sacado mi salsa del mercado, sino que también me había llamado gordito.
Desde afuera del local pensaba que me podría chorear para vengarme. Sin dudas, tenía que ser algo cercano a la puerta, ya que había mucha fila y además los ojos podrían estar sobre los gorditos que estén en el interior del lugar. A los pocos segundos veo una ostra gigante al lado de la entrada que tenía alfajores adentro. Observando bien para que nadie me viera, tomé un alfajor y salí caminando lentamente para no llamar la atención.
Con aires de triunfo y riéndome bajito como si le hubiese ganado a alguien, me escondí tras un arbusto a comer mi flamante alfajor costeño. Era de chocolate negro y dulce de leche, los que más me gustan, pero al abrir la golosina me encontré con una sorpresa. Había otro papel, pero esta vez de chocolate blanco. La verdad mucho no me molestó, solo quería saborear mi venganza, pero no era mi día. Luego de sacar el envoltorio blanco, apareció nuevamente otro negro. Comencé a desesperarme. Abrí el último papel y el destino terminó de escupirme en la cara ¿Sabés que había adentro? Un tejo. Sí, ese con el que jugas en la playa con tus hermanos, amigos, tíos y abuelos. Un puto tejo haciendo de alfajor de utilería.
Finalmente desistí y no volví a la panchería, me habían ganado. A veces pienso que imaginaron todo de antemano y que esa ostra con alfajores de tejo la pusieron sólo para que yo me robe uno. Hoy, puede que sigan riéndose de mí y cuenten la anécdota del gordito ladrón de salsas, pero ese chorro de condimentos quedó atrás. Nunca más me robé nada, tampoco sigo bajoneando a las siete de la mañana porque a los 28 años ya me derrumbo antes en la cama. Pero sí hay algo que no cambió y nunca va a cambiar: siempre me va a encantar el queso.
“Un gordito se la anda afanando” qué frase que se robó mi corazón y me hizo la mañana.