Gustavo se encuentra ante una oportunidad inesperada. No recuerda haber sentido antes semejante adrenalina. No es de transpirar mucho, pero los nervios de la situación le hacen sentir un olor más hormonal que producto del calor. Trabajó siempre. Vive apremiado por las necesidades domesticas y no tiene lugar para pasatiempos, mucho menos para vacaciones, así que disfruta de esta circunstancia mucho más que cualquier otro participante. Su hermana menor lo anotó en el programa sin que él se enterase.
Se encuentra frente a tres idénticas puertas. Solo una lo lleva a ese crucero por el océano Índico, a “La Ruta de la Ballena”. El conductor tiene la cara ancha, estirada por su enorme bocota sonriente, la piel brillante que parece de plástico o recién lustrada y que hace juego con su pelo perfectamente ubicado por el gel. Lo presenta a grito pelado, con gran entusiasmo, y la tribuna le devuelve el escándalo, pero Gustavo no escucha más que un murmuro. Piensa en su familia. En lo mucho que disfrutaría su madre si se lo regalara. Junta las manos para que no le tiemblen y recuerda que esta vez lo obligaron a ser egoísta.
Hace rato que ya eligió la puerta. Desde su ángulo brilla por el impacto del reflector principal, cómo si una fuerza divina se lo estuviese develando. De repente, el murmuro descansa y el silencio en el estudio se vuelve absoluto. Se ve que han terminado de presentarlo. Un productor detrás de escena le hace una seña con la cabeza y él se enciende decidido, avanza con movimientos robóticos como si estuviese programado. Se imagina las jetas desde la tribuna asomándose por encima de sus hombros y las miradas clavándose en su espalda. Llega hasta la posición y agarra firmemente la manija.
Gira la muñeca achinando un poco los ojos para protegerse y tira de la cerradura. La puerta se entorna un poco y espía por el pequeño espacio. Adentro no ve más que oscuridad. Piensa que ya perdió y dirige la mirada al conductor, pero este levanta el mentón indicándole que siga. Abre un poco más y pasa el cuerpo para adentro. Tampoco ve nada pero da un paso hacia adelante y se da vuelta para quedar orientado a la entrada. En el entorno negro se dibuja una ventana de donde proviene la luz. Escucha los pasos del conductor acercándose hacia donde está, su voz en el parlante y el ruido de afuera que vuelve a encenderse. Ya no sabe que pensar, pero empieza a molestarse un poco. Por el espacio se ven las sombras que forma la silueta del hombre con el micrófono. De repente, escucha un portazo y queda inmerso en una completa oscuridad.
Se acerca nuevamente a la puerta y la palpa en busca de la manija. Con la desesperación le cuesta encontrarla. Finalmente la toma de las dos manos e intenta girarla, pero es inútil. Tira hacia su lado arqueando el cuerpo hacia atrás, pero no llega ni a moverla un poco. La fuerza que hace le marca las venas del cuello y la cara, y le nubla la mente. No puede pensar. No sabe que está pasando. Trata de serenarse, pero de pronto siente un poderoso impacto en la costilla que lo hace llevarse los antebrazos a la pansa. Quiere darse vuelta pero un palo le pega atrás de los muslos haciendo que caiga de rodillas. Los ojos se le inundan de lágrimas y vuelve a pensar en su familia. No escucha nada, solo la goma de unas suelas rechinando contra el suelo. Finalmente una patada en el cuello lo vuelca sobre su costado. Antes de desvanecerse piensa que mañana es sábado y si no está él, no habrá quien prepare el desayuno en su casa.
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