Por Federico Galarza
Tenía 15 años. Habíamos ido con mi amigo Andrés al viejo bar de rock, el Willie Dixon a escuchar nuestra banda de heavy metal favorita, Almafuerte.
En esas épocas ya marcaba mi personalidad de rockero rebelde, pero yo quería más y más hacerle notar a todos que yo al rock lo llevaba adentro como los Stones. Entonces, como esos rockeros viejos y famosos, yo quería tomar drogas, quería moverme y ser como Jagger. Pero cómo iba a hacer yo, siendo un adolescente puberto para conseguir falopa. Alcohol, tabaco y marihuana nunca fueron un problema, pero yo quería lo otro, la que es rica y pica la nariz, el polvo de los ángeles, según decían la mayoría de mis bandas favoritas.
Bueno la cosa es que esa noche de noviembre, salimos temprano para llegar a ver al grupo de Ricardo Iorio, del cual yo me consideraba fanático, todo lo que decía para mi era verdad absoluta en esa época. Esa tarde hacía calor, no del pesado, pero si del calor que te hace dar ganas de ahogarte en cerveza, ese que cuando tomas sentís que te fluye como un río por toda la garganta, así que arrancamos temprano con unas birras.
Siempre escuchaba a la gente decir “La droga está en todos lados” pero yo miraba y hasta ese momento nunca me la había encontrado, no le veía cara de dealer a nadie ni veía agujeros en las paredes con manos cobrando y entregando bolsitas por ningún lado.
Después de hacer un poco de previa, entramo, ahí adentro nos pedimos unas cervezas más y hablábamos vaya uno a saber de qué cosa del momento, con la edad que tenía o hablábamos de la banda o del Warcraft o de lo idiotas que nos parecían los flogger y todo ese ambiente, mientras tanto sonaba la telonera del show.
Ya estaba por salir la principal, cuando me empezó a apretar la vejiga, y si, era obvio, después de tanto líquido, así que, dudándola, porque no quería perderme la entrada del grupo, fui rápido para el baño . Dudé que hacer porque no quería perderme la entrada del grupo, así que fui rápido al baño.
Y ahí estaba… Creo que la sensación fue la misma que sintió el Gollum cuando encontró el anillo, entrando al baño del Dixon, que era apretado pero que estaba vacío, porque la banda estaba por salir y nadie se la quería perder, me encuentro a un tipo de unos entre 35 o 40 años, pelado, con ojos negros y de nariz extraña, llevándose una tarjera a la misma con una montaña pequeña de harina, así como las que prepara mi mama cuando hace pizza casera.
Apenas me di cuenta de lo que estaba haciendo me dije “Es esta, esta es mi oportunidad”
Así que lo encare:
- ¡Amigo! ¿No me das un poco de eso, que quiero probar?!- Le pregunté sin vueltas.
El hombre se dio media vuelta, ahora lo tenía de frente, era mucho más alto que yo y llevaba una remera de Black Sabbath, me miró de arriba abajo, como analizándome y cuando me clavó los ojos en los míos me preguntó:
- Hermano, ¿Tenés a tu mamá a viva vos?
Yo pensé “que pregunta más rara”, no entendía porque me estaba preguntando eso y le respondí:
- Si. ¿Por qué? – Sin entender mucho.
- Porque yo también la tengo viva y también tengo una hija de 4 años- fue su respuesta.
Cada vez entendía menos, “será que pega así” fue lo que imaginé en un momento, y le pregunté:
- ¿Y eso a que viene? – le pregunté con cara de perdido.
- Hermano, yo si tuviera que matar a mi vieja y a mi hija por un poco de esta mierda, créeme que lo haría sin dudar – y me lo dijo con una mirada de auxilio y tristeza que me helo la sangre.
Quedé mudo.
Y siguió:
- ¡Hermano, mirá mis dientes! – Acto seguido se levantó el labio mostrándome los dientes.
La impresión que me dio ver esos dientes y ese paladar ahuecado hasta el día de hoy la siento, creo que si los dentistas usaran fotos de adictos para hacer que los niños usen hilo dental tendrían más éxito.
Yo seguía sin decir nada.
- Hermano, ¿Todavía seguís queriendo de esto? – Me preguntó mostrándome una bolsita parecida a las cebollitas que tiran en navidad mis sobrinos.
Todavía inmóvil, como el chavo con la garrotera le contesté, como pude:
- No, gracias por todo – Me di vuelta y me fui.
No recuerdo dónde fue a parar toda la cerveza que tenía en el cuerpo, lo último que me acuerdo es que sonaba Almafuerte, que era mi religión, y yo acababa de hablar con Dios, que estaba tomando merca en el baño.
Este texto surgió de los Talleres de escritura creativa de Wacho.
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