Como se puso de moda hablar y horrorizarnos por la propuesta del ahora electo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de construir un muro que divida México de su país. Ya desde antes de la elección que analistas, periodistas y alcahuetistas, mostraban su completa indignación y perplejidad sobre la idea de un muro entre fronteras.
¿Por qué a los argentinos nos indigna tanto un muro que de construirse estará a unos 8.900 kilómetros de nuestro país? ¿Será por qué en Argentina no los tenemos? ¿Será por qué nos encanta recibir a ciudadanos de cualquier nacionalidad?
Esas preguntas me llevaron a investigar un poco y adivinen lo que encontré…
En Argentina hay muros que separan nuestras fronteras y son muy recientes, casi de la misma época en la que empezó a candidatearse Trump.
En agosto del 2015 el gobierno argentino irguió sobre las costas de Posadas (Misiones) un muro de hormigón de unos 5 metros de alto y 1,3 kilómetros de largo para separar a nuestro país del vecino Paraguay, nuestro socio del Mercosur. ¿La excusa? Obvio, impedir el contrabando. Los habitantes de ambos lados salieron a criticar fuertemente la construcción de esta pared ya que consideran que lejos de ser un freno a delitos como el narcotráfico o la trata, impiden el tránsito de estudiantes, turistas y familiares.
Y nosotros distraídos con el muro de Trump.

Otra valla que nos separa de nuestros hermanos fronterizos, se eleva entre nuestro país y Bolivia. Esta es un poquito más austera. Se trata de un alambrado metálico de más de mil metros que divide las fronteras de La Quiaca (Jujuy) y Villazón (Bolivia). Las obras comenzaron en noviembre del 2015 y concluyeron en julio de este año. La construcción de esta valla, a diferencia del muro hecho en Posadas, fue consensuada entre los gobiernos de ambos países.

Esta necesidad de separarnos, no se limita solo a las fronteras con otros países. Pocos lo recuerdan pero en abril del 2009 el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, mandó a construir un muro de 240 metros de largo para separar a su partido del lindero San Fernando. ¿El motivo? Los ladrones que robaban el exclusivo barrio de La Horqueta (San Isidro) huían con facilidad para San Fernando.

En las últimas semanas, representantes de todos los partidos se expresaron sobre la necesidad de limitar el acceso de ciudadanos de países limítrofes a nuestra apacible Argentina.
La expresión más brutal la dijo el senador Miguel Angel Pichetto: “Argentina funciona como ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú“. Nuestro país “incorpora esta resaca porque no aplica control migratorio“. El senador Pichetto es el jefe de la bancada peronista y durante todo el kirchnerismo se mantuvo como jefe de ese espacio en el Senado.
Otro que se expresó en un sentido similar fue el ex gobernador de Misiones y actual diputado, Maurice Closs, quién dijo “no es lo mismo el europeo que vino el siglo pasado a trabajar que el inmigrante que viene a atenderse en un hospital a delinquir”.
Mientras tanto el Gobierno nacional prepara un decreto para endurecer los controles migratorios en todo el país. Según un informe del diario Clarín el Ministerio de Seguridad y el del Interior están trabajando en “una revisión integral de los procesos para entrar al país”. Esto incluye más controles en los pasos fronterizos, cuestionarios más complejos sobre los motivos de la entrada al país, capacitación a agentes y capaz que algún que otro muro.
Al final, tanto que nos preocupábamos por Estados Unidos cuando el muro se estaba construyendo acá. Pero tampoco nos creamos tan originales, esta moda de separarnos es mundial. En el 2015 se construyeron 11 cercos fronterizos en todo el mundo. Todo un récord para la humanidad.
Según el informe The Migrant Files, elaborado por Journalism++, una red europea de periodistas, Europa gastó en los últimos 15 años 14.000 millones de dólares para frenar la inmigración y se calcula que el negocio del tráfico de refugiados reportó para las mafias unos 16.000 millones de dólares . Es decir, un negocio de 30.000 millones de dólares. Nada mal, ¿No?
Se ve que para los políticos, es más fácil y redituable untarle cemento al ladrillo que pensar en políticas de integración, mejorar el sistema educativo o combatir con inteligencia la trata y el narcotráfico. O lo que sería aún mejor, establecer acuerdos de cooperación entre países para ayudar a mejorar la situación de las personas en sus lugares de origen.
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