El día que cambió el rock para siempre


Cuando aprendés a tocar la guitarra y superás esa primera etapa de acordes y cejillas, empezás a intentar cosas más jodidas. Riffs, arpegios y punteos son las nuevas quimeras, y Smoke on the water es quién abre la puerta. Una vez que te sentís más canchero y creés que Deep Purple ya no es un obstáculo digno, apuntás todos tus cañones a la intro celestial e inolvidable de Stairway to Heaven. Tanto es así, que en Wayne`s World, película de culto de los `90, en un local de música estaba prohibido tocarla, y cuando Wayne agarra la guitarra y arranca la famosa melodía, el vendedor le muestra el cartel dónde decía que estaba prohibida. Y claro, todos quieren ser Jimmy Page. Todos queremos ser Led Zeppelin. Pero solo cuatro tipos lo lograron. Y en el 1971 cambiarían el mundo de la música.

Un día como hoy, pero de aquel año, veía la luz Led Zeppelin IV, el cuarto disco de la banda, el que cambiaría mi historia y la de millones. El que mejoraría el rock para siempre. A mí me llegó de chico por suerte. En mi familia, si los Stones eran Dios, Zeppelin era una especie de mano derecha, uno de esos ángeles importantes.

Cuando agarré por primera vez el casette que tenía uno de mis hermanos, lo primero que me llamó la atención fue su tapa. Antes siquiera de escucharlo. Me pareció triste. Mostraba una pared vieja, abandonada, con un cuadro que colgaba, pero que más que un cuadro parecía una ventana. Y tras ella, un viejo cargando ramas en su espalda un día de campo nublado. Parecía cansado. Era la imagen de la soledad.

Sin embargo, toda esa tristeza que me generaba esa tapa. Se rompió en mil pedazos cuando la voz de Robert Plant arremetió como una piña en el comienzo. Y si quedaba algún resto de cordura, el riff incómodo e infernal terminó de hacerlo añicos. Black dog, así se presentaba este disco ante el mundo, y definitivamente no iba a ser uno más. El estado de furia y liberación terminaría de explotar con Rock and roll. Nunca hasta ese momento, y creo que hasta ahora, escuché algo tan frenético. Era un tren al palo que se devoraba lo que encontraba a su paso.

Después de un comienzo demoledor, Zep IV te invita a navegar por sonidos medievales y misteriosos, a galopar por valles solitarios y nocturnos para llegar así hasta las puertas del cielo. Hasta esa canción que todos queríamos tocar en la guitarra. A esa, que son muchas canciones, y que todas son las mejores. A esa, que dejó de ser una canción para convertirse en una obra de arte atemporal y fundamental. El disco podría terminar ahí y nadie se atrevería a cuestionarlo. Pero estos tipos todavía tenían un puñado de grandes canciones para regalarnos. Todavía quedaba espacio para más frenetismo, para llevarte a viajar en una mandolina por los lugares más bellos, y para un final crudo y sincero qué te hace volver a ver la tapa y a sentirte como aquel viejo solitario.

Led Zeppelin IV es una invitación a un viaje interior. Nos lleva por diferentes lugares, por la furia y la libertad más salvaje. Por la melancolía más honda, por la más sincera y profunda existencia humana. Quedará en uno, animarse a subirse.

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