Despedida a un Wacho


Por Maria Pilar E.

Saldamos las cuentas. Te devolví los pesos que te debía y los parlantes manchados de pintura que me habías prestado para cuando saliéramos a la ruta. Vos, por tu lado, me ofreciste un chicle que rechacé y me invitaste una birra después. Nos fumamos un puchito armado y, luego de una charla eterna y dolorosa sentados en un banco helado (y un lomito de por medio para digerirla), te devolví a tu casa.

Por más que ahora nos vayamos a dormir creyendo que, después de todo, seguimos juntos, ambos sabemos bien que no es así. Dale amigo, lo nuestro murió ahí, en ese último abrazo en silencio en la plaza mientras nos calentábamos con los restos de aliento que escapaban de nuestras bocas y que armaban nubes blancas que desaparecían en la humedad de la noche que nos iba comiendo poco a poco.

Bah, en realidad, no sé vos, pero yo me despedí con ese abrazo. Ya hasta a tu familia que tanto quiero la siento distante. Ya las montañas que nos sirvieron de comodín en algún momento, quedaron bien atrás. Ya nos quedamos sin géneros de música por explorar y sin bandas copadas para algún día ir a ver. Ya no sabemos por dónde más buscar esos famosos proyectos comunes que sabemos que no vamos a poder cumplir.

Se me viene a la cabeza un huracán de momentos que vivimos sin saber que sería la última vez que lo íbamos a hacer. Y, eu, fuimos tan felices… Esa última charla que tuve con tu mejor amigo o ese último pollo al disco en el quinchito de tu casa, la última vez que te ayudé con inglés, la última vez que dormimos de canuto en mi casa, la última vez que nos reímos a carcajadas o la última vez que miramos el cielo de verano en La Bolsa metidos en una bolsa de dormir. Lo nuestro murió ahí, en ese último abrazo.

Quiero que sepas que cerré los ojos y te imaginé en mi mente como si no fueras ese saco de carne que abrazaba y cuyos latidos golpeaban sincronizados junto a los míos. Y te vi… sumiso, callado, con la capucha puesta y la barba larga. Tus ojos color verde-miel tenían un brillito color blanco y me miraban como hechos de porcelana, como si fueran de un niño muñeca, esperando a escuchar una cruda verdad que ninguno de los dos se había animado a decir en toda la noche. Entonces apreté el puño y con una sonrisa que demostraba más frustración y desconsuelo que otra cosa, te dije en mi mente mientras te abrazaba que era momento de dejarte volar bien alto y libre. Que te iba a extrañar pero que sabía que se me iba a pasar. Que nos habíamos dado todo hasta no tener más nada, lo que al mismo tiempo y, sin querer queriendo, había definido nuestra fecha de expiración (incluso antes de que me saliera la beca a Alemania). Te recordé que todo era culpa de nuestra intensidad cuasi abrumadora y de nuestra necesidad de recibir amor y de dar amor. Que ya nos habíamos exprimido y absorbido lo suficiente y demasiado en los primeros, últimos y únicos meses que estuvimos juntos. Que yo ya de vos no esperaba más nada y que me había dejado de sorprender, y que sentía que a vos te pasaba lo mismo. Ya era hora de seguir cada uno por su camino original, yo a Berlin, vos a Sidney.

Ahora te escribo y te digo: no me hables mañana; yo ya me despedí esta noche; ya volví a mis viejos hábitos de escribir insensateces en notas del celular arriba del bondi y en miles de bitácoras dispersas por toda mi habitación y en archivos de Word. Ya volví a ser esa piba que salía con dos mangos y volvía de madrugada llorando y riendo al mismo tiempo por, una vez más, no haber encontrado al amor de su vida en la pista, aunque siempre sabiendo que esperanza y perseverancia no le iban a faltar jamás.

1 Comment

  1. Angeles
    Responder

    Muy buen artículo ! Parece un capítulo de un libro ! Es tan cierto y tan claro

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *