Categorías de amistades


Por Tatiana Podliszewski

Las amistades, mis amistades, son como los viajes, las hay de todos los tipos y para todas las necesidades. Las hay de aquellas que nos transforman y cambian el curso de nuestras vidas, y de aquellos viajes pasajeros, casi intrascendentes, pero que al recordarlos no podemos evitar sonreír. 

Están los amigos de la facu, que son como unas vacaciones a Córdoba en temporada baja, digamos que creíamos que no tendrían nada de especial, pero ¿cómo sería nuestra rutina sin ese tan necesario corte de tiempo, de energías y de aire? 

Están las amistades de temporadas, como la ropa que usamos cuando vamos al Norte, que cambia si es de día o de noche, si estamos en la cima o en el valle, pero que construyó momentos, tanto que no podríamos haberlos vivido sin ellas. Están esos amigos a quienes conocemos por casualidad y se vuelven compañerxs de camino; como ese viaje de trabajo a Mendoza que tanto ansiabas y fue una pesadilla. En el que casi no dormiste, casi no comiste, mentiría si dijese que no tomaste, aunque seguro que no paseaste, pero el estrés de saberse lejos de casa y exigidxs lxs unió para siempre. 

Hay de esas amistades que son pura risa, pura joda, que parece que nada en realidad nos importa; como un festival de música electrónica en Amsterdam. Que te cagás de frío, te escabiás hasta la muerte, subís a tu hermano de la mano por las escaleras empinadísimas del Airbnb y perdés el DNI (que resulta que quedó en la billetera del pibe que no venía a Bélgica, mejor no preguntemos por qué). Pero ¡qué pesada sería la vida sin esos recreos de puro descontrol! Ojo que también están lxs amigxs que son como unas vacaciones en el Caribe, en las playas mansas de Manuel Antonio, con sus arenas blancas y aguas tibias, y sus pececitos sorprendiéndonos al mirar el agua con más atención; que nos brindan paz y refugio cuando todo en nuestras vidas es un caos, y con sus palabras siempre logran amansar nuestros fantasmas. 

Más vale que las hay de las profundas, las que son como una mudanza a otro continente; esos seres con quienes solo tras unos mates, sumado a muchos kilómetros de distancia y aún más miedos a cuestas que cosas -en esa valija en la que no entraba todo lo que te querías llevar- se vuelven hermanxs.  

Hay un tipo de amistad, de esas de las que nadie quiere hablar, aunque todes tenemos: esos amigos con los que cogemos, nos hacemos unos mimos, y nos damos unos besos. No queremos nada más con ellos, pero tampoco nada sin ellos. Son como tres días en Estambul, una mezcla de cosas que es imposible de categorizar: mezquitas, mercados, religiones, olores. Dos continentes hechos una ciudad, todas cosas que seguro que no deberían ir juntas, que son como un caos hecho metrópoli, pero cuando vas fluyendo en sus calles, descubrís su magia particular. 

Obviamente existen esas amistades como viaje de mochilero, con mil escalas e incontables horas de tren; que nos dan trabajo, nos cansan y por momentos nos preguntamos si vale la pena tanto esfuerzo. Es que cuando llegamos a destino y nos tomamos una birra fría nos acordamos que sí, que a veces lo difícil tiene su propio sabor, amargo, pero rico, como esa misma birra compartida. También están lxs amigxs con quienes las pasaste todas, pero cuando digo todas, son todas de verdad. Esas personas con quienes soñaste recorrer el mundo y casi te meten preso en Tailandia, fumando un porro en la playa más linda que sus ojos jamás pudieron imaginar. Que son lxs mismos con quienes te fuiste a pasar un fin de semana largo de lluvia a la casa de su abuela en Mar del Plata, se les pinchó una goma en el camino, no pudieron hacer un fuego porque el carbón más que a humo no llegó, pero se rieron a carcajadas. Al final del día, de eso se trata la amistad, de compartir, lo majestuoso y lo mundano porque juntxs siempre es mejor.

Hay algunxs amigxs, unos que atesoro muy particularmente, que se me asemejan a pasear por Jerusalem, mezcla de épocas, de religiones, de culturas. El desconcierto de no saber muy bien dónde estás, ni en el tiempo, ni en el mapa. Tanto que nos hacen preguntarnos una y mil veces ¿por qué es que estamos acá juntxs? ¿Qué hacemos acá? Quizá esos son los de la infancia, que crecimos y hoy somos distintxs, pero algo que resulta imposible de explicar nos une, y ahí te das cuenta que en la misma entrada a la ciudad vieja, sentados en sus famosas piedras blancas, hay una familia con 5 nenes con kippa, dos chicas con hijab y un cura comiendo un falafel. Quizá los amigos de la infancia, son comer un falafel en Jerusalem, sin preguntarnos nada más. Unos que quizá se le parecen, pero son distintos, son de esos que nos sacan de nuestras zonas de confort a fuerza de preguntas incómodas, de obligarnos a pensar más, a buscar más, a explorar más. Diría que ellxs son como un viaje a Jordania al que vamos con miedo, sin saber muy bien con qué nos vamos a encontrar, temerosxs de perdernos entre palabras que son dibujos y tradiciones que nos asustan. Cuando al final del día nos encuentran con un monumento majestuoso, escondido entre el desierto, que nos muestra que siempre hay maravillas por descubrir, si estamos dispuestxs a mirar más allá.

Existen tantos amigos como viajes, y lo mejor que tienen ambos es que los que ya tenemos son tesoros en nuestro corazón. Nos dejaron recuerdos en el alma o en el cuerpo, como esa caída subiendo las escaleras a Machu Pichu, que me regaló una calza rota y una marca en la rodilla que, gracias a los queloides y mi pésima cicatrización, aún hoy sigue intacta y mi cuerpo tiene para siempre una historia que contar. 

Así son las amistades que nos atraviesan el alma. Y, como decía (perdón la desprolijidad, es que me entusiasmo), lo bueno de los viajes, es que siempre hay otro por venir. Puede ser cortito o durar meses, solxs o acompañadxs, tener mucha planificación o ser imprevistos, ser a continentes lejanos o a unos kilómetros de casa, prometiéndonos mirar los paisajes de siempre con ojos más atentos y dispuestos. La amistad es igual, aunque nos quieren convencer diciendo que cuando crecemos ya no nos hacemos nuevos amigos, yo creo que, si miramos con ojos curiosos, la vida nos pone delante tantas oportunidades de viajes como de almas amigas. Es sólo cuestión de animarse a confiar y volar. 

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