Trabajé durante un mes todos los días y por más de diez horas en un “circo” en Australia con un solo objetivo: pagarme un pasaje de avión a Japón. El país de mis sueños. El lugar que siempre quise conocer. El mundo de fantasías que solo podía ver en videos de YouTube o documentales de Discovery. Fueron días duros, quizás de los más difíciles que me tocaron en lo que fue un viaje de casi dos años, pero valieron la pena: en poco tiempo tenía en mis manos 3 mil dólares y un mail de confirmación que me decía que en menos de una semana me subía a un avión con destino a Tokio. Listo, mi lista de imposibles ya tenía un nuevo tick y podía empezar a oler los nigiris cada vez más cerca.
Ahora, realmente Japón es un mundo completamente diferente al que conocemos. Quizás como ningún otro país en todo Asia. Tal vez te tome varios días acostumbrarte a su acelerado ritmo de vida o su poca preocupación por lo que pasa alrededor y la mucha concentración por lo que sí sucede en sus pantallas de celular. Pero una vez que uno entiende y logra mimetizarse con esos seres de ojos redondeados y tez algo amarilla, pedirte un Gyūdon o Tonkatsu a través de una máquina dispensadora o cruzarse caminando a un Otaku un jueves a la tarde por Akihabara dejan de generar sorpresa para ser parte de un clásico día a día.
Hay muchas anécdotas que podrían ilustrar de manera perfecta lo que es vivir unos días en el paraíso del sushi, el animé y los samuráis; pero en esta ocasión creo que la mejor manera de describirlo es a través de estas fotos y conseguir con estas la tan ansiada respuesta que me hice el día que pisé el aeropuerto de Tokio: ¿qué mierda hago en Japón?
Espectacular tu viaje, envidia de no poder haber hecho todas esos viajes a tu edad